Familia: a pesar de todo no se puede vivir sin ella

Algunas experiencias sobre la vida familiar de la clase obrera en el oeste de Londres

El pasado 20 de noviembre asistí a una conferencia aquí en Madrid del colectivo londinense Angry Workers of the World. Más allá de la hora y media de (interesante) charla y preguntas, de aquel día tambiñen saqué algo más material, el último número de la revista que publican, Workers Wild West. De esas páginas hemos extraído (y traducido) este artículo, donde se analizan las nuevas realidades en cuanto a convivencia y vida en común que soporta una parte importante de la clase trabajadora. La distancia que nos separa de Londres modifica la superficie, pero el fondo de la cuestión no nos es ajeno.

¿Casi lloras mientras esperas que tu compañero de piso termine en el baño? ¿Te asusta pensar en cómo conciliar tu trabajo por turnos y el cuidado de tus niños? ¿Te sientes un poco incómodo al pedirle a tu nuevo compañero de piso que no se corte las uñas de los pies sobre la mesa de la cocina? ¿Sigues viviendo con tus padres, aunque tu propio pelo se está volviendo gris (de tanto preocuparte por los precios del alquiler de un piso o de una habitación)? ¿Algo de esto te suena vagamente familiar…?

¡Si es así, bienvenidos al “mundo feliz” de la clase obrera de Londres! La estructura familiar está sobrecargada y al mismo tiempo podríamos tener que compartir piso con “extraños”. Podemos quejarnos o tratar de sacar lo mejor de esta nueva situación. Hemos escrito algunas experiencias nuestras y de nuestros amigos, algunas reflexiones sobre la vida familiar, los desafíos a los que nos enfrentamos y la necesidad que vemos de círculos de amistad más fuertes.

“Un amiga nuestra y su marido viven en una pequeña habitación doble en Southall. Ella trabaja de turno de día en un centro de distribución, él trabaja en turnos nocturnos de 12 horas en almacén de verduras, cobrando en efectivo pues está aquí “ilegalmente”. Su hija de cinco años vive con sus abuelos en Punjab, la India. No la han visto en tres años. Su solicitud de visado está pendiente. Aunque no tendrían problemas importantes de dinero si volvieran a la India, ella no quiere volver porque tiene “más libertad” aquí. Recientemente han tenido otro bebé. Ahora los tres comparten su habitación de nueve metros cuadrados. Sin embargo, ella no puede reclamar su baja de maternidad ya que el estatus de su visado marca que no debería estar trabajando.”

“Mi amiga trabaja en un almacén, su marido también trabaja. Su hijo de cuatro años pasó uno o dos años con sus abuelos en Polonia. Finalmente, decidieron traerlo al Reino Unido, pero para que pudiera encargarse de cuidarlo también vino su abuela. Ella no habla inglés y su nuera no está muy contenta de “vivir tan cerca”. El coste de de la crianza de los niños significa que muchas familias tienen que apoyarse en los abuelos, quieran o no.”

“Hace un tiempo anunciamos una habitación en nuestro piso de Greenford. A cada momento nos llegaban llamadas de parejas con un niño pequeño o un bebé buscando una habitación/piso compartido. Nuestros compañeros de piso no querían que un chaval llorando que les despertase, pues tienen que hacer trabajos por turnos, de modo que tuvimos que decirles que no…”

“Un amigo dejó España para trabajar fuera cuando la crisis golpeó con fuerza, llegando a vivir por su cuenta durante tres años. Al final vino a Londres a casa de su madre (española) y su padrastro (pakistaní).Trabajar por el salario mínimo significa que no puede plantearse alquilar un piso propio. Poco después de llegar él aquí, el hermano menor de su padrastro, junto con su mujer y sus dos hijos, también se mudó a Londres. Tanto su padrastro como su hermano trabajan como taxistas, mientras que las mujeres se encargan de la casa y los hijos. En un principio se quedaron como huéspedes en su casa, pero aún no han encontrado un sitio al que puedan permitirse mudarse. Desde entonces no paran de discutir sobre quién trabaja cuánto, quién usa más gas o electricidad, quién paga las facturas…”

La vida de bajos ingresos de Londres pone una tensión extra sobre las expectativas y las obligaciones de ayudar a tu familia. Pero la trampa del binomio “bajos ingresos y altos alquileres” no sólo afecta a los trabajadores que vienen de fuera. Muchos de nuestros compañeros de trabajo entre los limpiadores de calles en Greenford – hombres en torno a los 50 nacidos aquí – comparten piso o habitaciones, o han tenido que volver a casa con sus padres ya que la vida solos es inasequible.

Crisis en la familia – Aislamiento

Nuestros trabajos son estresantes y consumen nuestro tiempo, cambiamos de trabajo y de casa frecuentemente. Todo ello pone una tensión enorme sobre nuestras amistades. Hoy en día tenemos menos amigos íntimos que los que tenían 20 años atrás. Un reciente estudio remarcaba que uno de cada ocho hombres enunciaba que no tenía ningún amigo cercano. Asombrosamente, los hombres casados tienen el doble de probabilidades de no tener amigos que los hombres solteros. Para muchos hombres, la familia se convierte en la principal arena de la vida emocional. Al mismo tiempo, la familia y los matrimonios se vuelven cada vez más frágiles. Las familias y las relaciones de pareja están sobrecargadas tanto económica como emocionalmente; los hombres (más que las mujeres) esperan que la pareja sola cuide de todas las necesidades emocionales.

En un mundo donde la gente tiene menos tiempo para las amistades y el ambiente social general es frío y anónimo, “el amor romántico” y la familia son vistos como “refugios seguros”. Pero mientras que es imposible para cualquier relación proveer todas las necesidades emocionales de una persona, sin embargo, si no se cumplen dichas necesidades ésto es visto como un fracaso personal. De nuevo, esto se da especialmente en los hombres, que son enseñados a creer que la única persona a la que deben abrirse es a su pareja. Jugando a los tipos duros en el trabajo y llorando en nuestras cervezas en casa.

La familia y las parejas románticas son también uno de los pocos sitios donde los hombres de clase obrera pueden sentir que no son los últimos de los últimos, tienen al menos una persona “por debajo suyo”, alguien que ellos pueden controlar. De modo que mientras que para muchos hombres la familia puede parecer un “refugio seguro”, para muchas mujeres (y niños) es un espacio de violencia potencial. El estrés externo, el aislamiento y el juego de poder a menudo se intensifican.

“Yo vivo en un piso compartido. Hay tres parejas viviendo en tres habitaciones. La mayor parte de nosotros no estamos en el contrato de alquiler, de modo que no podríamos acceder a las ayudas a la vivienda si perdiéramos el trabajo. La falta de espacio puede ser molesta, especialmente en una cocina pequeña o esperando ante un baño ocupado. De modo que tratamos de darnos espacio unos a otros. Esto ha llegado tan lejos que el límite entre darnos espacio e ignorarnos es bastante borroso. De modo que cuando escucho discusiones que vienen de la habitación de al lado, no estoy muy seguro de cómo sería mejor intervenir. El tío parece que intimida a su pareja. Una vez lo oí gritando y agrediéndola. Después le pregunté a ella, pero me dijo que todo iba bien. Su inglés y sus perspectivas de trabajo son peores que las de él. También permanece mucho tiempo sola en la habitación, esperandole a que vuelva a casa. Así que parece muy dependiente de él, tanto económica como emocionalmente.”

Todas las semanas dos mujeres mueren en Inglaterra y Gales como resultado de la violencia doméstica. El hogar es aún el lugar más común en que las mujeres son violadas, heridas o muertas. En la mayor parte de los casos, el agresor es la pareja, un “amigo” o un pariente: solamente el 7% de los casos reportados de violaciones en Londres son cometidas por extraños. El hacinamiento y los bajos ingresos significan que en una crisis personal, las parejas de clase obrera no pueden darse espacio, lo que implica que las cosas escalan más fácilmente y las posibilidades de escapar se vuelven más difíciles. Pero vivir tan juntos también puede suponer que los compañeros de piso oigan lo que está sucediendo e intervengan, si la pared de “privacidad” no les para.

¿Una mejor alternativa?

¿Entonces, qué hacemos? El gobierno recorta en servicios sociales, en ayudas a la vivienda… forzándonos a muchos a apoyarnos en la familia, mientras que la tensión económica y el estrés hacen dicha vida familiar más difícil. ¡Esto es una trampa mortal! Del mismo modo, cada vez nos vemos más forzados a vivir más próximos a otras personas. ¡Aprovechemos esta situación!

Para hacer nuestras vidas más fáciles, necesitamos de un grupo mayor de amigos, en el que podamos apoyarnos unos a otros, ya sea con el cuidado de los hijos, las tareas de casa o los altibajos de la vida. Lo que los grupos de amigos en gran medida necesitan es tiempo y espacio, y ante las actuales condiciones en Londres, debemos luchar por ambas cosas. Tenemos que luchar por salarios más altos, de modo que podamos trabar un poco menos. Necesitamos espacios comunitarios donde podamos encontrarnos, hablar, cocinar, divertirnos. Hay muchas oficinas vacías por ahí, pero los alquileres son muy caros. Podríamos ocuparlas, de modo que pudiéramos usarlas juntos. Pero mientras tanto, hay pequeñas cosas que podemos hacer, en nuestros pisos compartidos y más allá.

“En nuestro piso, cuatro de nosotros trabajamos en diferentes turnos y días a lo largo de la semana. Era una molestia ir a comprar solo, almacenar cosas individualmente, cocinar tu pequeña comida para ti mismo. Al final llegamos a un acuerdo por el que todo el mundo ponía 20 libras a la semana para un bote. Ahora compartimos la tarea de cocinar y tratamos de comer juntos más a menudo. En vez de todos los días, ahora ya sólo tienes que cocinar cada tres o cuatro días. Igualmente, también ahorramos dinero. Nos llevó un tiempo aprender que le gustaba comer a cada uno de nosotros, pero no fue gran cosa.”

Cuando compartes un piso, lo primero debería ser sinceros: mucha gente de clase obrera se aprovecha de otras personas de su misma condición subarrendando la vivienda. De ello sacan 30 o 40 libras de más al mes, pero de esta forma las relaciones entre compañeros de piso quedan minadas. Aquellos “que pagan más” tratarán a los demás como esos que “tiene que proporcionar o hacer más”. ¡Compartid los gastos equitativamente y organizad la casa juntos!

Esto puede llevarse aún más lejos, podemos crear espacios para vivir y jugar, construyendo una comunidad real de nuestra situación compartida. Podemos compartir el trabajo de casa, el cuidado de los niños y el transporte, y ahorrarnos así dinero y tiempo, a la vez que nos reapropiarnos de parte de nuestra vida de vuelta del trabajo. Compartir habilidades en mantener un hogar compartido. Hablar entre nosotros de nuestros problemas en casa y tratar de resolverlos en lugar de intentar imponernos sobre los demás. Intentar apoyarnos unos a otros y no mirar para otro lado cuando un compañero de piso está sufriendo visiblemente.

También podemos ayudarnos entre nosotros de otros modos. Si compartes un piso y escuchas violencia doméstica o abuso, si tu compañero de trabajo te cuenta los problemas que tiene en su casa, involúcrate. Esto es más fácil de decir que de hacer, pero -como personas explotadas y oprimidas – tenemos que aprender a confiar unos en otros. No podemos delegar nuestros problemas en nadie, y cada vez más, nadie más está dispuesto o puede ayudarnos. Para los hombres que nos rodean: dejemos de jugar al tío duro con nuestros compañeros y confiemos en otros nuestras mierdas emocionales.

Para poder pelear por mejores condiciones en el trabajo necesitamos algo de alegría y celebración después del mismo. ¡Invitemos a nuestros amigos más a menudo y nunca caminaremos solos!

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