El tercer hombre

Todos los aficionados al deporte —y muchos que no lo sean tanto— guardan la imagen en un rincón de su cerebro. Tommie Smith, atleta estadounidense negro, en lo más alto del podio, descalzo, calcetines negros, cabeza gacha, el brazo derecho levantado al aire con el puño cerrado enguantado en negro. A su izquierda, en el tercer escalón del podio, su compañero John Carlos, también descalzo, la mirada fija en el suelo, el puño izquierdo enguantado en alto. Los dos atletas norteamericanos protestaban así, en la entrega de medallas de los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México, contra el racismo y a favor de los derechos de los ciudadanos negros en su país.

La instantánea, una de las más célebres y representativas del siglo XX, se convirtió al instante en un símbolo del black power. Smith y Carlos pasaron a la historia —no ya a la historia del deporte, sino a la historia de la humanidad— por este reivindicativo gesto. Pero en esa imagen aparece, acompañando a ambos, en el segundo escalón del podio, un tercer atleta, de raza blanca, que, a primera vista, parece un simple convidado de piedra en el episodio. ¿Quién era este tercer hombre y qué papel jugó en toda esto? ¿Se limitó a aguantar estoicamente en el podio durante la escenificación de los estadounidenses o intervino de alguna manera? Hagamos un poco de historia.

Llegan los Juegos de México y el equipo de atletismo de Estados Unidos está formado en su mayoría por atletas negros. Hombres que no son ajenos a la situación social que se está viviendo enpeternorman su país. Personas que son considerados ídolos cuando vuelan sobre la pista, pero se convierten en ciudadanos de segunda en cuanto abandonan el tartán. Algo había que hacer.

Tommie Smith se proclama campeón olímpico con un tiempo de 19.93 segundos, batiendo así el récord del mundo que él mismo poseía y siendo el primer hombre en bajar de los 20 segundos. Su compañero John Carlos se tiene que conformar con la medalla de bronce, mientras el australiano Peter Norman se sube al segundo cajón del podio con un tiempo de 20.06, batiendo el récord de su país.

Los dos velocistas norteamericanos habían decidido dejar patente su queja en la ceremonia de entrega de medallas. Se lo comentan a Peter Norman y éste, ante el asombro de los dos estadounidenses, les comenta que no sólo le parece bien el gesto, sino que tienen todo su apoyo. El velocista australiano entiende que no es un gesto local, sino universal, ya que en su propio país los aborígenes son excluidos socialmente. Además, les pide a los norteamericanos una insignia del OPHR (Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos) igual a la que ellos llevaban, para portarla en su pecho durante la entrega de medallas, uniéndose así formalmente a la protesta.

El hecho de que un australiano se solidarizara con sus dos rivales encerraba una importancia simbólica crucial. Ya no se trababa sólo de una reivindicación interna del pueblo negro estadounidense, sino que incumbía a cualquier persona —fuese cual fuese su origen— que creyera en un mundo más justo y libre.

El gesto tuvo consecuencias tristes para todos los participantes en aquella ceremonia. El presidente del C.O.I., consideró inaceptable la protesta, argumentando que la política no tenía lugar en los Juegos Olímpicos. La vuelta a casa de Smith y Carlos no fue dulce. Aunque fueron recibidos como héroes dentro de la comunidad negra, pronto comprobaron que su vida no iba a ser fácil después de lo ocurrido.

Norman, por su parte, también fue fuertemente criticado en su país. La opinión pública australiana conservadora no entendió por qué se sumó a una protesta que no le incumbía. No entendieron que él solamente defendió algo que le parecía justo. “Creo que todos los hombres nacen iguales y deben ser tratados como tales”, explicó el velocista australiano.

Norman fue marginado en Australia. Aunque su marca le permitía acudir a los Juegos de Munich en 1972, no fue seleccionado, siendo poseedor entonces de la quinta mejor marca mundial. Australia no envió ningún velocista a aquellos Juegos. Fue el gran olvidado en la los Juegos de Sidney. A pesar de celebrarse en su país, no fue invitado por las autoridades australianas. Sí acudió, sin embargo, homenajeado por la delegación de Estados Unidos.

Peter Norman murió de un ataque al corazón el 3 de octubre de 2003. Portando su féretro, estuvieron Tommie Smith y John Carlos, sus dos rivales en la pista aquella tarde de septiembre en Ciudad de México, y amigos desde entonces.

El récord nacional que Norman batió permanece 33 años después. Algún día también caerá, pero lo que perdurará para siempre será el gesto de tres hombres —dos norteamericanos negros y un australiano blanco— que ayudó, sin duda, a alterar el estado de las cosas. Un gesto que probablemente sirviera para remover más conciencias que centenares de discursos. Un importante grano de arena en la inestimable e inacabada lucha por la libertad y la igualdad.

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